..no es óptimo, prefiero comentar que me sorprendí cuando vi que un excelente actor y director argentino escribía. Me identifico totalmente con lo que expresa...ah! es Oscar Martinez.
~ Que me palpen de armas ~
Creo en el Amor como la experiencia más maravillosa
de la existencia y como generador de toda
clase de alegría; y en el Amor correspondido
como la felicidad misma.
Pero no fuí educado para él, ni para la felicidad,
ni para el placer.
Porque fuí advertido malamente contra la entrega
y el gozoso abandono que supone.
Cada día entonces, todavía,
es una ardua conquista, una transgresión,
una desobediencia debida a mí mismo, una porfía.
La laboriosa tarea de desaprender lo aprendido,
el desacato a aquel mandato primario y fatal,
aquel dictamen según el cual se gana o se pierde,
se ama o se es amado, se mata o se muere.
La vida, por lo tanto, no me ha endurecido.
Ese sea, tal vez, mi mayor logro.
Que me palpen de armas.
Dejo a un lado, si es que alguna vez
tuve o me queda, toda arma que sirva
para volverse temible, para someter,
para acumular, para ser poderoso,
para triunfar en un mundo de mano armada
en el que la felicidad se compra
con tarjeta de crédito.
No quiero que la lucidez me cueste la alegría
ni que la alegría suponga la negación o la ceguera.
Pero no me es fácil.
Me cuesta vivir a contratiempo,
con la sensación de ser testigo
de un desatino histórico gigantezco,
de un extravío descomunal, tan irracional,
abusurdo o desolador como la bomba de neutrones.
No entiendo al mundo.
Me parece, que ha caído en manos
de un loco con carnet.
Me siento ajeno a la debacle pero en medio de ella.
Mi vida es apenas un instante en el océano del tiempo
y es como si quisiera que ese instante
fuera sereno y hondo en medio
de una ensordecedora dicoteca,
o de un holocausto definitivo siempre a punto de estallar.
Me desazona la banalización de la vida,
el pavoneo de la insensatez,
el triunfo de la prepotencia y de la ostentación,
la deshumanización salvaje de los poderosos,
la aceptación y el elogio del "sálvese quien pueda",
la práctica y la prédica del desamor y de la histeria.
Me descorazona la idiotez colectiva,
la idealización de lo suerfluo,
el asesinato de la inocencia,
el descuido suicida de lo poco que merecería
nuestro mayor esmero,
el desconocimiento o el olvido de nuestra propia condición.
Me conmovió, no hace mucho,
que el cosmólogo Sagan en un artículo extenso,
escrito como desde un punto perdido
en el infinito del espacio,
desde el cual el mundo se observa
como una bolita cachuza,
terminara diciendo "besen a sus hijos"...
Escuchemos a esos hombres, sigámoslos,
leamos a los poetas; no permitamos que
el misterio de la existencia
deje de estremecernos cada día,
porque es el costo más alto que podemos pagar
por nuestra necedad y nuestra omnipotencia.
La vida de un árbol merece nuestra devoción
y nuestro más grande regocijo.
Al amparo gozoso de su sombra,
acariciados por la tibieza de la luz del sol
y arrumados por el sonido mágico
e irrepetible de su follaje mecido
por la mano invisible del viento,
estaremos a salvo de la alienación y de la orfandad;
siempre y cuando seamos capaces
de la alienación y de la orfandad;
siempre y cuando seamos capaces
de apreciar esa gloria, mientras nos sea posible,
y de reconocer en ella nuestra mayor riqueza.
Que la muerte no nos hiera en vida,
que la ferocidad no nos pueda el alma,
que nada troque nuestra dicha de estar despiertos,
que una caricia nos atraviese
como una flecha jubilosa y radiante.
Besemos a los que amamos. AMÉMONOS.